Un día como hoy, 26 de mayo, hace treinta y un años (en 1985), llegué a los Estados Unidos. Salí de mi país siendo un carajito que se criaba en un pueblito donde había un solo teléfono, y en cuyo hogar nunca hubo estufa, televisor o refrigerador. Llegué a la capital del mundo: New York City. Hoy vivo mi transtierro*, que ha sido más o menos así:
Introducción al inglés:
Mi habilidad con el inglés era tal que, al
matricularme en la escuela secundaria, el consejero académico me hizo una
prueba para ver en qué nivel de Inglés
como Segunda Lengua me iba a matricular. Me preguntó: “Where were you
born?” (¿Dónde naciste?), y yo lo miré con expresión de confusión y alelamiento
en la cara, y él dijo: “Nivel 1”, según asentía con la cabeza.
Traducción:
Vivir en esta condición de transtierro, y usar la
palabra y el idioma como herramientas de expresión creativa, también implica la
constante necesidad de traducción, de ser leído y entendido en ambos idiomas.
Creatividad:
En la esfera creativa impera también la necesidad de
comunicarme en ambas lenguas, cosa que tiene su propia bifurcación: por un lado
ejercito la comunicación en un idioma, el inglés, para ganarme la vida; por el
otro, ejercito la comunicación en otro idioma, el español, para vivir.
Identidad:
Cuando se trata de las relaciones del mundo conmigo,
me enfrento al cuestionamiento de mi identidad. Es como si uno se convirtiera
en un extranjero en ambos países…
Y es esa la dificultad mayor: hay que ser más americano
que los americanos, y hay que ser (en mi caso) más dominicano que LO dominicano.*Mi libro De laemigración al transtierro (New York: Escribana Books, 2015) explica esta condición.