Tuesday, November 17, 2015

Fragmento del libro De la emigración al transtierro


Identidad

Cuando se trata de las relaciones del mundo conmigo, me enfrento al cuestionamiento de mi identidad. Es como si uno se convirtiera en un extranjero en ambos países; y, como he mencionado anteriormente, en los Estados Unidos no bien he abierto la boca y no falta quien me pregunte (y de buena fe en la mayoría de los casos) que de dónde soy. Eso me ocurría con frecuencia cuando viví en Albuquerque, New Mexico, pues allí físicamente se me podía identificar como latino o hispano, pero al momento de hablar (tanto en español como en inglés) se hacía evidente que no era de allí, a lo cual seguía la pre­gunta o cuestionamiento sobre mi identidad. En la República Dominicana, recuerdo una vez, estando en la playa Las Sali­nas de Baní (durante uno de esos viajes de “regreso a casa”), un “tiguerito” me abordó y lo primero que me dijo fue: “¡Mira americano!”. Es casi inexplicable cuán ofendido me sentí; pero fue más que ofendido, me sentí herido. Explico: mi dolor no fue porque me llamara “americano” (nací en América, en la Ciudad Primada de América), sino porque eso implicaba que él me percibía como a un extranjero, un extraño. Nancy Huston en su ensayo “The Mask and the Pen” (La máscara y la pluma) presenta una interesantísima analogía en la que propone que el vivir en un país extranjero y el hablar una lengua extranjera es como el usar una máscara, y que después de años de haber usado esa máscara, algo le sucede a la cara detrás de la máscara. Huston dice:

"Regresas a “casa” y la gente se alarma al oírte. ¿Qué? ¡A eso le llamas tu lengua materna! ¿Pero te das cuenta en qué estado está? ¡No me lo creo! ¡Pero si hasta hablas con acento! Y se te salen pala­bras en francés [en mi caso en inglés]... ¡Esto es ridí­culo! Deja ya de aparentar... ¡Vamos, habla normal­mente! Pero ¿Cómo te atreves a cometer errores?" (Huston 2003, 61)

Yo sé que no sólo el idioma bajo la máscara tiende a oxidarse, pero que existe también un montón de vocabulario para el cual no hay lenguaje recíproco en el repertorio lingüís­tico o vocabulario que uno posee o domina; cosas que uno ha aprendido en la nueva lengua y para las cuales simplemente no tiene marco de referencia, ni de lo cual puede uno tampoco hablar ni opinar inteligentemente en la otra lengua. Admito que no es nada agradable el encontrarse en situaciones simi­lares. A mí me ha pasado tanto en Estados Unidos como en la República Dominicana. Doy un ejemplo: hace unos años, en mi pueblo natal, cuando en una entrevista para el Cable Local me preguntaron sobre mi trabajo en los Estados Unidos, tartamu­deé. Resulta que trabajo en un departamento con un nombre doble (Department of Safety and Security), y ambas palabras en inglés tiene diferentes connotaciones y las aprendí o adquirí con el nuevo idioma. Resulta que en español tenemos una sola palabra para ambas cosas (seguridad) y nunca las aprendí en el contexto profesional, y aunque lo correcto hubiese sido “Seguridad y Protección” esa definición la adquirí después que me estanqué por no decir “Departamento de Seguridad y Seguridad”. Podríamos decir que en ese momento, y frente a las cámaras, me encontré falto de palabras y tuve que recurrir al uso de otras palabras para explicar mi diario quehacer.

No está demás decir que no es tarea fácil mantenerse a flote en ambas lenguas y culturas. En la película Selena, sobre la vida de la cantante tejana, hay una escena muy significa­tiva, y es cuando la invitan por primera vez a presentarse en México; su padre, preocupado porque la prensa fuera a criti­car el español de gringa de Selena le dice: “Los anglos te saltan encima si no hablas inglés perfectamente, los mexicanos te saltan encima si no hablas español perfectamente; a nadie le toca lo que a nosotros, pues tenemos que ser perfectos dos veces”. Y es esa la dificultad mayor: hay que ser más ameri­cano que los americanos, y hay que ser (en mi caso) más domi­nicano que LO dominicano.


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