Tuesday, June 21, 2016

¿Qué no es fútil en la vida?: Mención de honor Premio de Cuento Juan Bosch 2015


¿Qué no es fútil en la vida?
(fragmento)
Incluído en:
El síndrome de Heinz y otros cuentos

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Sacaste del baúl del carro una pala de corte punto cuadrado, de nueve pulgadas de ancho, y arremetiste contra la nieve.  Esta pala había sido tu perfecta compañera para sacar rápidamente cualquier vehículo de debajo de una pila de nieve creada por los camiones de limpieza de la ciudad; algo que habías hecho mil veces a través de los años, tanto para ti como para los vecinos agobiados por la tarea de sacar un carro de una pila de nieve con una cuchara.  Pero, claro, no estabas estacionado en la calle y ya no estabas en la ciudad de Nueva York, donde la cosa era simplemente cuestión de limpiar la nieve debajo de la ruedas de tracción y salir como un bólido.   Te quitaste el abrigo y comenzaste a palear nieve.  Paleaste unas cuantas veces, pero bien no habías comenzado cuando empezaste a sudar y a cansarte.  Mientras más paleabas, más larga te parecía la entrada y por ende mayor la cantidad de nieve que tendrías que palear.  Muy pronto tu mente comenzó a vagar por pensamientos tales como cuán fútil era todo ese palear; pues muy a pesar de ello, para cuando habías llegado a palear un trecho de unos quince pies, ya otra pulgada de nieve había caído donde habías comenzado.  ¡Para qué entonces, a ver, para qué!  Y al detenerte un instante a tomar aliento, recostándote sobre el mango de la pala y limpiándote el sudor de la frente, la vecina de en frente (quien al parecer te había visto en tal percance y se había compadecido de ti) cruzó la calle y vino a ofrecerte prestada su pala, que era una verdadera pala de nieve: una de esas grandotas, con un palo tubular en curva, diseñado ergonómicamente para disminuir el doblar del cuerpo al recoger y tirar la carga que tan rápidamente conduce a esa fatiga muscular que sentías en esos precisos momentos.  Y claro que te rehusaste y le dijiste que no, que muchas gracias; pero no bien habías terminado de decirlo, cuando de inmediato y extendiendo el brazo para asir la pala por el mango, le soltaste un “¡Muchísimas gracias!  Una vez termine, se la dejaré en la puerta de su casa”.  Le echaste mano a la pala, casi arrancándosela de las manos.
Terminaste por abrir un trillo lo suficientemente acho como par que cupiera el carro.  No fue una tarea fácil, ni siquiera con esta pala de nieve, la cual comparada con tu palita de corte te hizo sentir capaz de poder enfrentarte a una avalancha.  Al final de la jornada, y no te avergonzaste en lo absoluto de admitirlo, estabas muerto de cansancio.  Volviste al baño a refrescarte, te cambiaste de camisas y te fuiste a la oficina; una vez allí, te deleitaste todo el día viendo la nieve caer a través de la ventana.  Se veía tan hermosa, y todo el derredor tan tranquilo y en absoluta paz…  En pocas horas, todo había quedado cubierto con una gruesa, fofa y suave cobija de nieve.

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Y para tu asombro, viste cómo el sujeto se metió la mano en el bolsillo delantero izquierdo del pantalón y la otra mano la metió en el bolsillo derecho del abrigo, todo en un solo y continuo movimiento realizado al mismo tiempo que se incorporaba del taburete.  Entonces depositó un billete de cinco dólares sobre la barra frente a sí y al lado del posavasos de la cerveza vacía.  Frente a ti puso un pequeño libro y dijo: “Creo que te va a gustar”.  Y al tiempo que recogiste el libro y leíste el título: El mito de Sísifo por Albert Camus, el sujeto se había marchado.


Libro disponible en Editorial FUNGLODE.