Thursday, May 7, 2015

"Serás para mí" (fragmento)

Fragmento de "Serás para mí", cuento ganador del Segungo Lugar en el Premio de Cuento Juan Bosch 2014


Es imposible saber de dónde le sale la maldad al diablo o la picardía al pícaro, pero como si fuera el uno o el otro, al Ebanista se le ocurrió que si el pueblo entero llegara a pensar que Elena era su mujer, ni Elena misma podría negarse o resistirse entonces.  Fue así cómo ejecutó la siguiente maniobra: el martes de esa misma semana, día de mercado, se plantó temprano en la mañana en el patio de la casa de Elena.  Se paró en frente de la llave de agua, justo entre el baño y la cocina, a lavarse la cara y a cepillarse los dientes.  Todo el que subió para el mercado ese día ahí lo vio, aseándose: sin camisa, despeinado, la cara mojada, la boca llena de espuma de pasta dental, con una toalla terciada por encima del hombro izquierdo, con el cepillo de dientes en la mano derecha y con un jarro rojo de pasta de tomate La Famosa en la mano izquierda, suelto el botón de la pretina del pantalón y el zíper a medio subir, y en chancletas.  Muy risueño, hasta saludó a varios de los que pasaban con un “¡Buenos días!” casi gritado, como para asegurarse de que lo vieran.

Como si lo hubiese dispuesto el diablo: “el Ebanista amaneció con Elena” fue la noticia que corrió por todo el pueblo según la contaron en el mercado los testigos oculares.  No hubo una sola persona quien viera la escena, mucho menos quien luego de escucharlo de boca de algún creyente, no dedujera convencido de inmediato que, en efecto, el Ebanista había amanecido con Elena.

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No había pasado mucho tiempo cuando ya el Ebanista parecía estar sobre la línea divisoria que separa a los sobrios de los ebrios, pues se puso más necio y bribón que de costumbre.  Bien pudo haber sido puro teatro por haberse enterado de que Elena no estaba sola, pues en realidad no había bebido tanto.  Le ordenó a Caniquín que pusiera ese otro disco, el de Don Pedro Flores, y luego sacó un puñado de dinero del bolsillo de la camisa y se lo dio a uno de los apuntadores regulares, diciéndole: “Llévale a mi mujer —mientras señalaba hacia la casa de Elena con un gesto de labios y cabeza— para que me prepare la cena”.  El Ebanista comenzó a cantar la canción a tope de pulmón, tan alto que su voz se oía por encima de la música y voz del tocadiscos:

Amor es el pan de la vida,
amor es la copa divina,
amor es un algo sin nombre
que obsesiona al hombre
por una mujer.

Yo estoy obsesionado contigo
y el mundo es testigo de mi frenesí.
Y por más que se oponga el destino,
serás para mí, para mí.

Y para este verso subía tanto la voz, que parecía que se iba a desgalillar.