Koi nadador
Hace ya casi cinco años que erigí el torii
en el fondo del patio; allí quedó instalado este portal, simplemente abierto,
como una invitación para pasar. Desde entonces el sol de los veranos, las
lluvias de abril y octubre y las nieves de todos sus inviernos hicieron lo que
nos hace el tiempo, y comenzó la pintura a dar muestra de sus años a la
intemperie.
Encaramado en una escalera, con raspador y
lija, removí la pintura descascarada y volví a aplicar en los pelados una mano
de pintura de base grisácea, la misma que garantiza ese rojo geranio vivo. Luego, desde mi ventana, miraba el torii con
sus parches y me provocaba la sensación de una imagen que no lograba
nombrar. Busqué nombrar esa imagen unos
dos días, hasta que por fin me llegó: es un Koi. Y el nombrarlo se me reveló en tres versos:
Anclado torii
—camuflaje rojo-gris—
pez koi nadador.
Este fin de semana que fue tan
emocionalmente arrebatador, ya que pasión y rabia remolineaban las palabras y los
pensamientos en la sangre que hervía por mis venas. Mi país natal ejerce la injusticia, con el
uso de la maquinaria del poder, sobre los más débiles. Salimos denunciando el atropello con carácter
de urgencia; pero en vez de unirnos al grito de auxilio, entre nosotros mismos
nos reclamamos unos a otros la veracidad de la forma en que hemos nombrado la
sinrazón, como si nos tocara a nosotros y no a los injustos, demostrar la
benevolencia de la forma en que ellos aplican la injusticia.
Ayer, a punto de explotar, vi una tormenta
acercarse y batirlo todo, menos el torii. Al torii lo vi cual Koi
nadador.