Fragmento de "Serás para mí", cuento ganador del Segungo Lugar en el Premio de Cuento Juan Bosch 2014
Es imposible
saber de dónde le sale la maldad al diablo o la picardía al pícaro, pero como
si fuera el uno o el otro, al Ebanista se le ocurrió que si el pueblo entero llegara
a pensar que Elena era su mujer, ni Elena misma podría negarse o resistirse
entonces. Fue así cómo ejecutó la
siguiente maniobra: el martes de esa misma semana, día de mercado, se plantó
temprano en la mañana en el patio de la casa de Elena. Se paró en frente de la llave de agua, justo
entre el baño y la cocina, a lavarse la cara y a cepillarse los dientes. Todo el que subió para el mercado ese día ahí
lo vio, aseándose: sin camisa, despeinado, la cara mojada, la boca llena de
espuma de pasta dental, con una toalla terciada por encima del hombro
izquierdo, con el cepillo de dientes en la mano derecha y con un jarro rojo de
pasta de tomate La Famosa en la mano
izquierda, suelto el botón de la pretina del pantalón y el zíper a medio subir,
y en chancletas. Muy risueño, hasta
saludó a varios de los que pasaban con un “¡Buenos días!” casi gritado, como
para asegurarse de que lo vieran.
Como si lo
hubiese dispuesto el diablo: “el Ebanista amaneció con Elena” fue la noticia
que corrió por todo el pueblo según la contaron en el mercado los testigos
oculares. No hubo una sola persona quien
viera la escena, mucho menos quien luego de escucharlo de boca de algún
creyente, no dedujera convencido de inmediato que, en efecto, el Ebanista había
amanecido con Elena.
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No había pasado mucho tiempo cuando ya el Ebanista parecía
estar sobre la línea divisoria que separa a los sobrios de los ebrios, pues se
puso más necio y bribón que de costumbre.
Bien pudo haber sido puro teatro por haberse enterado de que Elena no
estaba sola, pues en realidad no había bebido tanto. Le ordenó a Caniquín que pusiera ese otro
disco, el de Don Pedro Flores, y luego sacó un puñado de dinero del bolsillo de
la camisa y se lo dio a uno de los apuntadores regulares, diciéndole: “Llévale
a mi mujer —mientras señalaba hacia la casa de Elena con un gesto de labios y
cabeza— para que me prepare la cena”. El
Ebanista comenzó a cantar la canción a tope de pulmón, tan alto que su voz se
oía por encima de la música y voz del tocadiscos:
Amor es el pan de la vida,
amor es la copa divina,
amor es un algo sin nombre
que obsesiona al hombre
por una mujer.
Yo estoy obsesionado contigo
y el mundo es testigo de mi frenesí.
Y por más que se oponga el destino,
serás para mí, para mí.
Y para este
verso subía tanto la voz, que parecía que se iba a desgalillar.