Desde que llegué
de la oficina ayer se desató una espectacular tormenta de verano; llovió toda
la noche. Esta mañana, en mi mesa de
trabajo, no me aguantaba de las ganas de salir a escuchar de cerca el canto
alegre del arroyo; por eso, apenas garabateé unos
apuntes y salí. Comencé a oír el murmullo desde el umbral de la puerta. Me armé de videograbador, caminé sobre el
mojado césped hasta el fondo del patio y crucé a través del torii.
Comencé a grabar el momento y, encantando por el canto, paseé
por toda la orilla captando el puente, la constante gota de agua llenando el
shishi odoshi, la lámpara de piedra, el correr del agua bajo el puente, la
vista del Buda sentado entre las rocas del otro lado… Extasiado me quedé en el correr del agua.
De vuelta en mi mesa de trabajo puse el video: a la máquina se le acabó la memoria y sólo captó 59 segundos. A mí me queda todo, incluyendo el olor a mojado.