Hace probablemente diez años o más que no me envuelvo en un proyecto de costura. Ahora estoy haciendo un bulto para el bandoneón que me prestó una amiga (voy a aprender a tocar el bandoneón). Anoche, mientras trabajaba en eso, volvió a romperse el hijo obligándome a ensartar la aguja de la SINGER industrial que compré hará ya quince años. Aunque no uso lentes —sino de vez en cuando para leer, estoy cegato y casi no veo (lo admito)—, se me dificultó encontrar el agujero.
Con Mía rondando a mi alrededor fue inevitable que me acordara de mi padre sastre y tapicero (astronauta y explorador de todo lo hecho por mano de hombre, ingeniero de la vida). Últimamente sus lentes son mucho más gruesos que los que comenzó a usar en su juventud (mucho antes de que yo naciera). Hace dos años me visitó y en su constante necesidad de estar ocupado, arregló unos muebles en casa. Lo vi tomar el cabo del hilo entre pulgar e índice de la mano izquierda, con tijeras en la derecha, cortar la punta del hilo y, sin lentes y sin esfuerzo alguno, de un solo intento, ensartar el hilo en la aguja.
Asombrado le pregunté que cómo era posible que viera el agujero de la aguja, y me dijo: "No mijo, no lo veo, hace tiempo que no lo veo; pero, he hecho esto tantas veces que simplemente me acuerdo de donde está el agujero".
Marzo 5, 2014