Tuesday, November 29, 2016

Poema en inglés publicado en: Multilingual Anthology: The Americas Poetry Festival of New York 2016


The shittiest apples in the world, which are pretty darn great!


Those who have apples would know that I have the shittiest apples in the world;
but for those who have none,
my apples might look pretty good.
And since I never had apples before,
for I grew up amongst guava, mango and avocado trees,
these apples I have now are not bad at all.

This morning around 10, the grass was wet,
the leaves were falling,
the trees were yellowish, some even red.
Between a fine rain and a light mist,
bucket in hand, in my mud boots up to the knees,
I walked around and under my apple trees.

The leaves were wet and poured on me.
And my apples really don’t look that great;
but, for someone who has no apples, my apples,
these apples might just be the best!

I don’t care that they are bitter,
that some even might have no taste.
I have picked them, I have washed them,
and I keep them for their smell: on my desk, at the office;
on my writing table, at home;
on the night stand, by my bed;
and all over my books, between shelves.
My apples, I keep them all over the place.

I know, I have been told: I have the shittiest apples in the world.
But,
this morning I picked my own apples,
and for one who never had any before,
my apples are pretty darn great!

  
11:18 a.m.
October 3, 2009
Lebanon, NH



Wednesday, October 5, 2016

Ensayo "yo una mujer, Yo la Mujer: culinaria, literaria"



yo una mujer, Yo la Mujer: culinaria, literaria


            En Lección de cocina, de Rosario Castellanos, a primera vista, nos encontramos con un sujeto posicionado desde una narración en primera persona, un yo, a la vez que la voz narrativa se presenta como una ninguna/todas.  Para acercarme a la cuestión de cómo en el cuento Rosario Castellanos crea la posición del sujeto, y cómo la voz narrativa se representa a sí misma, me es menester proponer que Castellanos está haciendo primordialmente dos cosas: primero, denunciando la situación histórica de la mujer en la institución patriarcal del matrimonio, y; segundo, hablándonos de la cocina de la escritura (no de escritura de cocina).  La denuncia la hace mediante el uso de dos metáforas que se yuxtaponen: la carne como mujer y viceversa, y la historia de una mujer como la historia de La Mujer.  Lo de la cocina de la escritura lo hace a través de la metáfora implícita de cocinar por escribir (que en vez de una lección de cocina, lo que se nos ofrece es una lección de creación), y una evidente incursión autorial en la voz narrativa1.  Veamos.
            Al contar la historia de esta recién casada, el relato toma la forma de un libre correr de la conciencia que llega a abarcar la historia de la institución patriarcal del matrimonio, y la posición de la mujer en esa institución, conjugando una en todas las mujeres y todas las mujeres en una; o proponiendo a esta mujer como La Mujer, como he indicado.  Dice: “Mi lugar está aquí.  Desde el principio de los tiempos ha estado aquí.  En el proverbio alemán la mujer es sinónimo de Küche, Kinder, Kirche” (7).  También dice: “¿Cómo podría llevar a cabo labor tan ímproba sin la colaboración de la sociedad, de la historia entera” (7).  Y: “¿Qué me aconseja usted para la comida de hoy, experimentada ama de casa, inspiración de las madres ausentes y presentes, voz de la tradición, secreto a voces de los supermercados?" (8-9).  Está por otra parte el hecho de que no tenemos a un personaje determinado, tenemos por el contrario a un personaje anónimo —sin nombre, o sin nombre propio—, que puede ser a la vez esa voz de mujer que narra, o la voz universal de La Mujer que se mira como mujer en el contexto al cual la ha circunscrito históricamente el patriarcado: “Porque perdí mi antiguo nombre y aún no me acostumbro al nuevo, que tampoco es mío” (11).
            Continuando en este plano, podemos ver entonces cómo ese yo anónimo hace uso de la metáfora para exponer (denunciar) su situación, y la de la mujer en general, a través de la historia.  Basta leer el cuento para notar que es mediante una conexión mental que la narradora se transporta, por el color de la carne, al color de su espalda en su luna de miel, y es con esa metáfora que consigue el efecto claro del juego semántico entre carne y mujer: en el primer nivel, el pedazo de carne como la mujer; e en el segundo nivel, la mujer como un pedazo de carne.  Veamos la metaforización: comienza con la carne —la que descongela, sazona, cocina y que luego se quema—, y de ahí pasa a su propia carne quemada por el sol y dice: “Yo... La carne, bajo la rociadura de la sal, ha callado el escándalo de su rojez y ahora me resulta más tolerante, más familiar” (10).  En otra instancia, después de describir la carne en un estado “dorado y [que] exhala un aroma delicioso” (17), se plantea lo que pasaría si se vistiera y perfumara, y saliera a la calle; esto equivaldría a convertirse en un pedazo de carne dorado y de delicioso aroma, o en presa.  Por eso lo de: “A la mejor me abordaba un hombre maduro. . .  El único que a estas horas puede darse el lujo de andar de cacería” (18, el énfasis es mío).  En otro momento dice, “. . .aquí huele, no a carne humana, sino a mujer inútil” (19).  Por último dice (y bien podría decir mujer en vez de trozo de carne): “Recapitulemos.  Aparece, primero el trozo de carne con un color, una forma, un tamaño [una niña].  Luego cambia y se pone más bonita y se siente una muy contenta [una señorita].  Luego vuelve a cambiar y ya no está tan bonita [mujer casada o solterona].  Y sigue cambiando. . . [madre, jamona, o vieja, etc.]" (20).  Sin más, estos ejemplos textuales revelan esa metáfora paralela de: la mujer es a la carne como la carne es a la mujer (en notación aritmética sería mujer : carne :: carne : mujer).
            Pasemos a otro plano, al de la cocina de la escritura, porque en un nivel implícito, no es una lección de cocina lo que tenemos, sino una lección de escritura.  Aquí superficialmente presentaré la metáfora implícita de cocinar es escribir; para ello apuntaré (superficialmente) a lo que veo en el texto como incursiones autoriales (de Castellanos) en la voz narrativa.  En la voz narrativa, al referirse a la idea de preparar la carne asada que sería un plato fácil, se puede escuchar la voz autorial (refiriéndose a esa opción como cuento fácil), cuando dice: “Un plato sencillo y sano.  Como no representa la superación de ninguna antinomia ni el planteamiento de ninguna aporía, no se me antoja” (9, el énfasis es mío).  Este vocabulario no es culinario, ¡es literario!; está diciendo que eso del asado es un cuento fácil, pero que no le apetece, pues no se propone escribir una lección de cocina sobre cómo hacer un asado; sino, cómo escribir un cuento.
Cuando la voz narrativa habla de contarle a sus compañeras de colegio sobre su matrimonio dice: “Yo inventaría acrobacias, desfallecimientos sublimes, transportes como se les llama en Las mil y una noches, récords” (16); sabemos que en el otro nivel, Castellanos no nos está haciendo un cuento de hadas madrinas, ni príncipes azules, el cuento que cuenta es real.  Más adelante, cuando se plantea cómo enfrentar al marido por lo de la carne quemada dice: "Ah, no, no voy a caer en esa trampa: la del personaje inventado y el narrador inventado y la anécdota inventada” (20).  Nuevamente, este vocabulario es altamente literario, no culinario; es referente directo a la creación literaria.  Pues, qué decir: que lo dejo aquí, puesto que estas ínfimas apreciaciones so son sino una invitación (o provocación) para que esas obras se lean, se vuelvan a leer, se sigan leyendo.


Notas


                    1 Sobre este tema es imprescindible leer lo que dice Wayne Booth sobre las incursiones de la voz del autor en el texto, para apuntar el acto creativo.


Obras citadas y consultadas

 Booth, Wayne C.  “The Author’s Voice in Fiction.”  The Rhetoric of Fiction.  Chicago-London: The University of Chicago Press, 19??.  205-06.
Castellanos, Rosario.  “Lección de cocina.”  Álbum de familia.  México: Joaquín Mortiz, 1971.  7-22.




Este ensayo "yo una mujer, Yo la Mujer: culinaria, literaria" aparece en las pp. 77-80, de:
Ínfimas apreciaciones literarias (Desde Cervantes hasta Perlongher en vuelo de pájaro)
Premio de Ensayo Letras de Ultramar 2015
Editora Nacional, Santo Domingo, 2016.




Wednesday, September 14, 2016

Participación en la XIX Feria Internacional de Libro, Sto. Dgo.


En el marco de la XIX Feria Internacional de Libro santo Domingo 2016, que se celebra del 19 de septiembre al 2 de octubre, 2016, tomaré parte en las iguientes actividades:


MARTES 20 a las 3:00 pm, Pabellón de Autores Dominicanos, presentación de mi libro Como el agua (colección de Haikus).




JUEVES 22 a las 5:00 pm, Salón de Tertulias de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña: Tertulia sobre el tema "Escribir desde ultramar".



VIERNES 23 a las 4 pm, Pabellón de Autores Dominicanos, presentación de mi libro Ínfimas apreciaciones literarias (Desde Cervantes hasta Perlongher en vuelo de pájaro), Permio Letras de Ultramar 2015 (ensayo). Junto a Kianny N. Antigua y la presentación de su libro ElementosPermio Letras de Ultramar 2015 (literatura infantil).




SÁBADO 24, a las 2 pm, Espacio Joven: presentación de mi libro De la emigración al transtierro.



Y

-a las 7 pm, Pabellón Talleres Literarios: Charla: "Emigración y transtierro".



¡ALLÁ NOS VEMOS!

Wednesday, September 7, 2016

ÍNFIMAS APRECIACIONES LITERARIAS

Nuevo libro:

Ínfimas apreciaciones literarias

(Desde Cervantes hasta Perlongher en vuelo de pájaro)


Premio de Ensayo Letras de Ultramar 2015




Acaba de anunciarse que Ínfimas apreciaciones literarias (Desde Cervantes hasta Perlongher en vuelo de pájaro), Premio de Ensayo Letras de Ultramar 2015, de Keiselim A. Montás, bajo el sello Editora Nacional Ministerio de Cultura. (Portada basada en una pintura de Mía Montás Antigua), se pondrá a circular en el marco de la XIX Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2016.

Según el laudo del jurado, este libro reúne rigor académico y profundidad conceptual. Su autor apela a una amplia bibliografía general y particular para cada ensayo, en inglés y español, desarrollado además con el mayor vuelo analítico.

En este texto podemos destacar una correcta aplicación del modelo posmoderno de análisis literario, y del modelo empleado por Mijaíl Bajtín –tan en boga en los estudios culturales y literarios en el mundo académico– donde se destacan los conceptos teóricos de “heteroglosia”, “cronotopo” y “polifonía”, aplicados a autores como Vicente Blasco Ibáñez, en su novela Cañas y barro, así como en Pedro Páramo, de Juan Rulfo; Don Quijote; Quevedo; en el cuento “Bienvenido, Bob”, de Onetti; en Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante; en Sábato; Borges; Rosario Castellanos; y fundamentalmente, en dos novelas esenciales de Benito Perez Galdós, como son Misericordia y Doña Perfecta.

Hay que resaltar, por último, la aproximación crítica de gran rigor metodológico usada en el estudio de la poesía neobarroca y en el análisis a la factura poética de Néstor Perlongher, a partir de la historia de la poesía barroca, desde su origen hasta su aplicación estética en las postrimerías del siglo XX, en los poetas neobarrocos del río de La Plata.

Wednesday, July 20, 2016

Como el agua (colección de Haikus)


¡Nueva publicación!


Como el agua



Como el agua es una colección de haikus (estilo tradicional) dividida en 4 apartados: agua (), naturaleza (自然), vida (人生), y, escritura (). El libro tiene una peculiaridad, y es que al haiku no tener títulos (dada su brevedad), estos poemas constan de subtítulos, pero en japonés, los cuales acoplan la idea central o lo que bien podría ser el título de cada poema. Contiene 49 haikus acompañados de fotografías del autor, ilustraciones de Andy Castillo (www.andycastillo.com) y caligrafía japonesa (Shodo) de Elena "Hikari" , más la traducción y caligrafiado de un haiku al japonés por Akiko Harimoto "Soja" de Shodo Creativo www.shodocreativo.com.




Además, el libro goza de un exquisito prólogo de José Kozer que nos dice que en Como el agua: "Todo conecta y puede darse el lujo de ser vapor, niebla y nebulosa, ascenso y descenso, caída y sacudida, y recuperación. Y en todo este proceso, fugaz e interminable, espejo y espejismo de la naturaleza, el lenguaje está al servicio de la creación poética, y fluye como fluye el agua para desembocar en un hermoso libro de poemas de la mano del poeta dominicano Keiselim A. Montás, que a la vez ha sabido conjugar escritura con pintura, alfabeto propio con alfabeto ajeno, belleza ulterior desde la cercanía del momento, su chisporroteo primero y su largo camino a la luz más quieta y límpida de una geografía de arenas congeladas, y una arquitectura personal y universal, donde, desde la humildad, un 'Árbol desnudo,/sueña en febrero con/ la primavera'”.

Disponible en Élitro Editorial del Proyecto Zompopos
y en Amazon


Tuesday, June 21, 2016

¿Qué no es fútil en la vida?: Mención de honor Premio de Cuento Juan Bosch 2015


¿Qué no es fútil en la vida?
(fragmento)
Incluído en:
El síndrome de Heinz y otros cuentos

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Sacaste del baúl del carro una pala de corte punto cuadrado, de nueve pulgadas de ancho, y arremetiste contra la nieve.  Esta pala había sido tu perfecta compañera para sacar rápidamente cualquier vehículo de debajo de una pila de nieve creada por los camiones de limpieza de la ciudad; algo que habías hecho mil veces a través de los años, tanto para ti como para los vecinos agobiados por la tarea de sacar un carro de una pila de nieve con una cuchara.  Pero, claro, no estabas estacionado en la calle y ya no estabas en la ciudad de Nueva York, donde la cosa era simplemente cuestión de limpiar la nieve debajo de la ruedas de tracción y salir como un bólido.   Te quitaste el abrigo y comenzaste a palear nieve.  Paleaste unas cuantas veces, pero bien no habías comenzado cuando empezaste a sudar y a cansarte.  Mientras más paleabas, más larga te parecía la entrada y por ende mayor la cantidad de nieve que tendrías que palear.  Muy pronto tu mente comenzó a vagar por pensamientos tales como cuán fútil era todo ese palear; pues muy a pesar de ello, para cuando habías llegado a palear un trecho de unos quince pies, ya otra pulgada de nieve había caído donde habías comenzado.  ¡Para qué entonces, a ver, para qué!  Y al detenerte un instante a tomar aliento, recostándote sobre el mango de la pala y limpiándote el sudor de la frente, la vecina de en frente (quien al parecer te había visto en tal percance y se había compadecido de ti) cruzó la calle y vino a ofrecerte prestada su pala, que era una verdadera pala de nieve: una de esas grandotas, con un palo tubular en curva, diseñado ergonómicamente para disminuir el doblar del cuerpo al recoger y tirar la carga que tan rápidamente conduce a esa fatiga muscular que sentías en esos precisos momentos.  Y claro que te rehusaste y le dijiste que no, que muchas gracias; pero no bien habías terminado de decirlo, cuando de inmediato y extendiendo el brazo para asir la pala por el mango, le soltaste un “¡Muchísimas gracias!  Una vez termine, se la dejaré en la puerta de su casa”.  Le echaste mano a la pala, casi arrancándosela de las manos.
Terminaste por abrir un trillo lo suficientemente acho como par que cupiera el carro.  No fue una tarea fácil, ni siquiera con esta pala de nieve, la cual comparada con tu palita de corte te hizo sentir capaz de poder enfrentarte a una avalancha.  Al final de la jornada, y no te avergonzaste en lo absoluto de admitirlo, estabas muerto de cansancio.  Volviste al baño a refrescarte, te cambiaste de camisas y te fuiste a la oficina; una vez allí, te deleitaste todo el día viendo la nieve caer a través de la ventana.  Se veía tan hermosa, y todo el derredor tan tranquilo y en absoluta paz…  En pocas horas, todo había quedado cubierto con una gruesa, fofa y suave cobija de nieve.

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Y para tu asombro, viste cómo el sujeto se metió la mano en el bolsillo delantero izquierdo del pantalón y la otra mano la metió en el bolsillo derecho del abrigo, todo en un solo y continuo movimiento realizado al mismo tiempo que se incorporaba del taburete.  Entonces depositó un billete de cinco dólares sobre la barra frente a sí y al lado del posavasos de la cerveza vacía.  Frente a ti puso un pequeño libro y dijo: “Creo que te va a gustar”.  Y al tiempo que recogiste el libro y leíste el título: El mito de Sísifo por Albert Camus, el sujeto se había marchado.


Libro disponible en Editorial FUNGLODE.

Thursday, May 26, 2016

31 años: aniversario de la emigración que me trajo a este transtierro





Un día como hoy, 26 de mayo, hace treinta y un años (en 1985), llegué a los Estados Unidos.  Salí de mi país siendo un carajito que se criaba en un pueblito donde había un solo teléfono, y en cuyo hogar nunca hubo estufa, televisor o refrigerador.  Llegué a la capital del mundo: New York City.  Hoy vivo mi transtierro*, que ha sido más o menos así:

Introducción al inglés:
Mi habilidad con el inglés era tal que, al matricularme en la escuela secundaria, el consejero académico me hizo una prueba para ver en qué nivel de Inglés como Segunda Lengua me iba a matricular. Me preguntó: “Where were you born?” (¿Dónde naciste?), y yo lo miré con expresión de confusión y alelamiento en la cara, y él dijo: “Nivel 1”, según asentía con la cabeza.

Traducción:
Vivir en esta condición de transtierro, y usar la palabra y el idioma como herramientas de expresión creativa, también implica la constante necesidad de traducción, de ser leído y entendido en ambos idiomas.

Creatividad:
En la esfera creativa impera también la necesidad de comunicarme en ambas lenguas, cosa que tiene su propia bifurcación: por un lado ejercito la comunicación en un idioma, el inglés, para ganarme la vida; por el otro, ejercito la comunicación en otro idioma, el español, para vivir.

Identidad:
Cuando se trata de las relaciones del mundo conmigo, me enfrento al cuestionamiento de mi identidad. Es como si uno se convirtiera en un extranjero en ambos países…
Y es esa la dificultad mayor: hay que ser más americano que los americanos, y hay que ser (en mi caso) más dominicano que LO dominicano.




*Mi libro De laemigración al transtierro (New York: Escribana Books, 2015) explica esta condición.

Monday, May 16, 2016

Tres poemas de ese "país en el mundo"

Hoy, que la patria los necesita...





Primicia de viaje al sur:
viene la costa, el desierto, el azul.
Playa Caracoles, desembarco y muerte.
Neiba, Jimaní, Lago Enriquillo, sublevación y muerte.

Seguiremos toda la costa,
pasaremos por varios ingenios,
brincarán los chivos de Azua
y regresaremos buscando la costa, por la costa, en la costa.

Mar azul, olas blancas, arrecifes,
costa, sol, sublevación, desembarque y muerte.

          Sábado 30 de junio, 2001 (06:57 a.m.)
Cambita Garabito, S.C. (Tierra de dios), República Dominicana







Último día

Hasta que vuelva no saludaré con un “¡Jeei!” al levantar la mano derecha
o abanicar adioses con la izquierda;
no más abrazos de “¡Cuánto tiempo muchacho!”
Será ya hasta la próxima.

El país sigue luchando a gritos.
Gritan los negocios con la música al tropel,
andan sordos los dueñitos de carros (o carritos) con música al tope;
se grita en el mercado, se grita en la guagua;
la gente está con el grito al cielo y el cielo ya no existe.

La esperanza es lo único que nos queda pues:
    todavía suben la bandera en la escuela y los estudiantes de primaria
entonan el Himno Nacional.
Se les oye, pero suenan a mal comidos
–en ayuna quizás (como en mis años)–.
¿O será que el constante ruido de los motores
–que no dejan de joder– los hace escuchar así?
Terminan su himno y dos profesoras se dan un saludo afectuoso de medio abrazo;
–abrazo de media manga– esos que se dan de lado, chocando las cinturas
y sólo se entrelazan entrambos antebrazos.

Salgo a ciudad Santo Domingo, me voy (último día).

Lunes 2 de diciembre, 2002 (08:00 a.m.)
Cambita Garabito, S.C. (Tierra de dios), República Dominicana






Ya

Pues ya, ya y qué;
qué de qué: que vine y con los días se fueron los días,
se me fueron los días.
Pues ya, ya y qué:
que se me acabaron los días y hoy me voy; ya.

Ya vinieron, ya llegaron, ya pasaron, ya se fueron, se acabaron ya:
los días, los momentos, los aguaceros, la brisa, los solazos;
pues ya, ya se acabaron los cuartos también y me voy.

Se fueron los días.

Mis picadas de mosquitos me las llevo, también me llevo la piel soleada.
Dejo cosas por hacer; también habrá que regresar:
pues ya, ya y qué.

          Jueves 12 de julio, 2003 (07:07 a.m.)
Cambita Garabito, S.C. (Tierra de dios), República Dominicana


Wednesday, April 13, 2016

Martín: el mejor cuento del mundo



                                              Esta foto no es de Gerardo, ni tampoco de Martín.


Martín: el mejor cuento del mundo

            Como lo dice el título, lo más probable es que este sea el mejor cuento del mundo.  No es por vanagloriarme, se los prometo, pero este cuento —sobre todos los otros cuentos del mundo (escritos o contados)— merece un preámbulo, una especie de prólogo al lector que explique las partes y los participantes, los personajes y los protagonistas.  Ha menester de un prólogo formal y con atuendo jacobsoniano que conste de su hermenéutica y su semiótica, su estructura derridana y una fibra lacaníaca para que encaje bakhtinianamente en su tiempo y en su espacio; pues este cuento es cosa meritoria de exégesis.
Es pues que de plano nos tenemos primero a mí; o sea, yo, el que escribe.  Seguido nos tenemos a ti o a ustedes, los que leen.  Bien podría presentarse el argumento de que de plano nos tenemos primero a ti o a ustedes, los que leen, y que seguido nos tenemos a mí; o sea, yo, el que escribe.  Ahora bien, que no se me mal entienda, porque este último argumento, bien presentado, puede ser plausible y hasta convencer a muchos.  Si nos lo planteamos. puede ser; o sea: de plano nos tenemos a ti o a ustedes, pues existen (o preexisten) en plano de receptor, sin los cuales la función comunicativa no tendría sentido, más sentido tendría escupir para arriba para poder usar el pañuelo, porque: ¿qué es un escritor sin lectores?  Pero bueno, como yo soy el que escribe, me he tomado la libertad de presentarme a mí en primer plano, porque de hecho y en última instancia: yo soy el que se sabe el cuento.
            Sí, el cuento (este cuento), ¿se acuerdan?: el mejor cuento del mundo.  Pues lo dicho: este cuento necesita ese preámbulo, ese prólogo al lector, y a manera del mismo digo que Gerardo (o Geraldo) era también de mi pueblo, y que cuando el ciclón David de 1979, él se refugió en la iglesia católica que quedaba ubicada frente a donde estaba su casa (es importante denotar este hecho en el prólogo, pues al hacerlo se define una parte.)  Resultó que durante el ciclón todo el mundo gritaba y lloraba confundidos en la desesperación; la ira de la naturaleza les era incomprensible: techos y casas volaban por los aires en común.  Gerardo calmaba a la muchedumbre diciéndoles que todo era obra de Dios, que no se preocuparan que “eso eran" cosas de Dios.  Y sucedió que en un momento una ráfaga de viento abrió de par en par la puerta lateral de la iglesia que daba al frente de su casa, y cuando Gerardo miró y sólo vio el solar vacío y ninguna señal de su casa, exclamó en medio de la iglesia y frente a la imagen del Cristo sangriento: "Ya eto no son cosa de Dio… ¡Eto son cosa der diablo!".
            Pero volvamos al cuento, que para prólogo lo dicho basta.  Y que conste que este es el mejor cuento del mundo, y dice así:
                        Gerardo tenía un mulo que se llamaba Martín.



Thursday, March 17, 2016

"Serás para mí" cuento completo


Segungo Lugar en el Premio de Cuento Juan Bosch, 2014

(presentado bajo el seudónimo de: El hijo de Doña Tatica)

"Serás para mí"

Al Ebanista le gustaba esa mujer; claro, no se puede decir lo mismo en el caso de Elena, pues a ella no le gustaba el Ebanista.  En esos momentos bien pudo ser que a Elena no le gustara nadie.  Estaba recién enviudada del hijo de cura que le dio maltratos y golpizas por tres años, de quien tenía una criatura de once meses y a quien, por intervención de dios o el diablo, lo había hecho difunto el camión que dejó ir por un barranco en la última de sus borracheras.
El Ebanista se había propuesto “conseguirse a esa mujer”. Lo había declarado públicamente: “esa mujer va a ser mía”.  La cortejó, a sabiendas de que tenía marido, desde el momento en que la vio en el pueblo por primera vez.  Ella estaba barriendo el frente de su casa, él pasó y, al verla, le soltó uno de esos piropos de prostíbulo que hacen sonrojar hasta a una difunta madama: “Qué no diera yo, ¡qué va, la vida es poca! por ser la costurita interior que une la parte trasera con la parte delantera de tus pantis”.  Elena, en muestra de sabiduría poco común ante atrevimiento tal, siguió barriendo como si no hubiese escuchado nada.
Con la muerte del camionero, el Ebanista pensó que se le abrían las puertas del cielo y que le quedaba el campo libre para conquistar a Elena “a la clara”.  No había pasado los nueve días del velorio y el Ebanista se apareció una tarde a la hora del café, dizque a “darle el pésame a la viuda”; pero, en verdad y con toda desfachatez, fue a hacerle su primera visita de galán.  La segunda vez que se le presentó de visita tal vez fuera la única vez que, hasta entonces, este individuo le pasara por la mente a Elena.  Al verlo llegar, pensó para sí: “Qué descarado”.  Y es que había sido tal el atrevimiento en aquella primera visita que le hizo, que al acercársele y echarle el brazo por encima como quien expresa su más sentido pésame, el Ebanista le dijo al oído: “Tú serás mía”.  Esto se le grabó a Elena por dentro como una amenaza pues, cuando escuchó tales palabras, un escalofrío como de miedo le recorrió la espalda desde la nuca hasta el sacro mismo.
Pasados los nueve días, la casa se había quedado desierta.  La mayoría del tiempo Elena se lo pasaba sola con su criatura, con excepción de alguna que otra vecina que pasaba de vez en cuando a traer café o a buscar prestada una olla o una cuchara.  La familia de Elena no asistió al velorio, pues ella no tuvo juicio para decirles nada de la muerte, y mucho menos del maltrato y de las palizas.  Todo por orgullo, pues su familia se opuso desde el principio a que ella se metiera con el camionero; y ella, parte ilusión y parte rebeldía, se fue con él.  Fue así como llegó ella a vivir en ese pueblo donde no tenía a nadie.
El Ebanista comenzó a hacerle esquina: se le aparecía en la calle, en el colmado, en la plaza del mercado, en la clínica pública. Ella comenzó a temerle como a la sombra de lo malo, pero por más que tratara de evitarlo, él hallaba siempre la forma de cruzársele en el camino.  Ella ya no encontraba cómo evadirlo, y él se sentía más confiado y triunfante a cada encuentro.  Se imaginaba que ya la tenía en sus manos, que era ya por apariencias, pues de seguro ella estaba loquita por él.
Como si lo malo obrara en estas cosas, a tres casas, al cruzar la calle y justo en la esquina opuesta a la casa de Elena, abrió Caniquín un colmadito donde, además de fideos, aceite y sal, comenzó a vender refrescos y cerveza fría.  No hay mejor local para un negocio que una esquina, y ésta se prestaba perfectamente para ello, pues era un casón antiguo con una gran galería, patio ancho, árboles de sombra y una amplia marquesina techada, la cual aprovechó Caniquín para poner un par de mesas de dominó.  Ahí terminó tomándose una fría el Ebanista un viernes por la tarde y al notar que tenía desde ahí una vista completa de la casa de Elena (pues podía ver la puerta de la calle y todo el lateral izquierdo, la llave de agua del patio y los ranchitos que servían de cocina y baño), se quedó a echar una mano de dominó y pidió otra cerveza; luego fueron muchas manos de dominó y muchas cervezas, hasta que llegó la hora de cerrar y Caniquín tuvo que anunciárselo varias veces.  El Ebanista había visto que desde ahí podía ver si Elena salía o entraba de la casa, si iba a la cocina, si llenaba un cubo de agua, etc. y comenzó a imaginarla de mil maneras: yendo, viniendo, saliendo envuelta en una toalla para ir al baño, …y su imaginación se encargó de que se le callera.
Al día siguiente, sábado, y lo mismo luego el domingo, no se hizo esperar y ahí tempranito en la tarde estuvo el Ebanista, peinadito y planchadito, terciado en una mesa tomándose una fría y presuntamente esperando a que llegaran sus compañeros para echar una manito de dominó.  Se la pasó con un ojo y medio fijados en la casa de Elena, casi presintiendo cada cambio de luz que la sombra de un movimiento precipitara dentro de la casa, y su imaginación volaba a tal o cual dirección: “Salió del aposento....  que salga para cruzar a la cocina... ¿se estará peinando o mirándose en el espejo?  ¡Ah, cómo me la imagino quitándose el sostén!”.  En esos trotes andaba su pensamiento, mientras que el medio ojo que le quedaba libre lo dedicaba a los compañeros, las fichas en el tablero y su estrategia para la mano de dominó que jugaba.  En un momento en que el estupor de las cervezas ya se había adueñado de él, le gritó a Caniquín: “¡Coño, pero ponte una musiquita ahí carajo!  ¿Qué clase de negocio es éste?”.  Y Caniquín, por no perder la venta de las cervezas que le daba mucho más ganancias que la de arroz y aceite, mandó a buscar prestado un tocadiscos.
El Ebanista pidió que le pusieran una canción de Alberto Beltrán y, como el tocadiscos era prestado tampoco era de esperarse que Caniquín tuviera discos.  Mandó otra vez a pedir prestado el disco que había pedido el Ebanista.  Y cómo no, si esa clientela de jugadores de dominó y bebedores de cervezas le había llegado gracias al Ebanista.  Caniquín no iba a equivocarse en eso.  Llegó el disco y bien no lo había puesto cuando, mirando para la casa de Elena, el Ebanista ordenó que le subieran el volumen “¡a todo dar!”.  Y en unos momentos, como si el volumen le pareciera poco, comenzó a cantar a coro y a todo pulmón:
Aunque vayas donde vayas
al fin del mundo me iré,
para entregarte mi cariñito,
porque nací para ti.

La presencia del Ebanista se hizo tan constante en esa esquina, que ni un vigilante de puesto sería tan puntual y fiel a su turno.  Y así, precisamente, se sentía Elena en su casa: vigilada.  Ya no se sentía ni siquiera en libertad de abrir las ventanas para que entrara el aire fresco.  Evitaba en lo más posible cruzar a la cocina y se aguantaba cuanto pudiera para ir al baño.  Toda esa angustia por evitar cruzar por el prisma visual de ese individuo.  Se sentía prisionera en su propia casa.
El fin de semana siguiente el Ebanista se apareció con dos discos que había ido a comprar a la misma ciudad capital: una plena del maestro Damirón titulada “Cortaron a Elena” y que se había hecho muy popular en esos tiempos, y el otro, la canción de Don Pedro Flores titulada “Obsesión” e interpretada por Los Panchos.  Desde que llegó le dio los discos a Caniquín y le dijo que los pusiera cuando él se lo indicara.  Quería estar seguro de que Elena supiera que esos discos eran para ella, por eso no los quería tocar sin estar seguro de que ella estuviera en casa.  Plantó sus ojos en la casa de Elena como un gato que espera un ratón en la puerta de su cueva.  Tanto así que, en vez de jugar, se ofreció para apuntar el juego, cosa que extrañó a sus compañeros pues en el dominó apunta el que sabe jugar poco, o el que está de lambón para que le den un trago, o lo pongan a jugar cuando falte un frente, o el que está ahí simplemente de mirón.  Hasta en el apunte se distrajo, pues se equivocó en la cuenta dos veces.  Su mente y sus ojos (toda su atención) estaban pendientes a otros movimientos.
Pareciera como si Elena supiera (y lo sabía, pues cómo no lo iba a saber) que el Ebanista esperaba verla, puesto que mucho tardó en cruzar de la casa al baño.  Se había aguantado hasta que ya no pudo más.  Y viéndola salir el Ebanista le dijo con desesperación a Caniquín: “¡Ahora! Ponte el disquito ese de Damirón y súbelo a tó’ lo que da”.  De inmediato, con la acción de la aguja sobre el disco, el tocadiscos comenzó a expulsar las notas de la canción:
Cortaron a Elena, cortaron a Elena,
cortaron a Elena, se la llevaron pa’l hospital.

Cortaron a Elena, cortaron a Elena,
cortaron a Elena y se la llevaron pa’l hospital.

Su madre lloraba,
y por qué no iba a llorar,
si le cortaron a Elena
y se la llevaron pa’l hospital.

Aunque desde su casa Elena evitara oír lo que pasaba en el negocio de Caniquín y se entretuviera como pudiera para ignorarlo, no pudo ignorar ni dejar de oír que ese disco la nombraba a ella por su propio nombre.  No pudo evitar la convulsión que sintió en el cuerpo entero al imaginarse la herida abierta, la sangre en las manos y en la cara, y el rostro de horror de esa Elena cuya cara habían cortado.  Sacó fuerzas de su interior y, casi temblando, salió de la casa y se fue a la farmacia del pueblo a comprar algún calmante o a buscarle conversación a cualquier vecina que se encontrara en el camino; todo con tal de no regresar a su casa en el mayor tiempo posible.  El Ebanista la vio salir y esta vez juró ante todos los presentes diciendo: “¡Esa mujer va a ser mía, pésele a quien le pese!”  Y con ese propósito calculó su siguiente jugada.
Es imposible saber de dónde le sale la maldad al diablo o la picardía al pícaro, pero como si fuera el uno o el otro, al Ebanista se le ocurrió que si el pueblo entero llegara a pensar que Elena era su mujer, ni Elena misma podría negarse o resistirse entonces.  Fue así cómo ejecutó la siguiente maniobra: el martes de esa misma semana, día de mercado, se plantó temprano en la mañana en el patio de la casa de Elena.  Se paró en frente de la llave de agua, justo entre el baño y la cocina, a lavarse la cara y a cepillarse los dientes.  Todo el que subió para el mercado ese día ahí lo vio, aseándose: sin camisa, despeinado, la cara mojada, la boca llena de espuma de pasta dental, con una toalla terciada por encima del hombro izquierdo, con el cepillo de dientes en la mano derecha y con un jarro rojo de pasta de tomate La Famosa en la mano izquierda, suelto el botón de la pretina del pantalón y el zíper a medio subir, y en chancletas.  Muy risueño, hasta saludó a varios de los que pasaban con un “¡Buenos días!” casi gritado, como para asegurarse de que lo vieran.
Como si lo hubiese dispuesto el diablo: “el Ebanista amaneció con Elena” fue la noticia que corrió por todo el pueblo según la contaron en el mercado los testigos oculares.  No hubo una sola persona quien viera la escena, mucho menos quien luego de escucharlo de boca de algún creyente, no dedujera convencido de inmediato que, en efecto, el Ebanista había amanecido con Elena.
Luego de montar su espectáculo esa mañana, al Ebanista no se le vio en todo el pueblo.  Pero en la mañana del día siguiente, y también del jueves, ahí estuvo para presentar su teatro.  Y por igual: en esos días no se apareció por donde Caniquín, ni se le encontraría en todo el pueblo aunque lo buscaran con perros adiestrados.
Ese jueves temprano fue cuando le llegó la noticia a Elena: una vecina atrevida, como sólo pueden ser algunas, con un guiñe de ojo le preguntó a Elena que porqué había decidido finalmente meterse con el Ebanista.  Elena no comprendió la pregunta sino hasta que la vecina le contó, con lujo de detalles, la escena matutina que en el patio de su casa montaba el susodicho Ebanista.  Aun así, no se lo creyó del todo, pero por igual se moría de vergüenza y no volvió a salir de su casa en todo el día.  Y esa noche no pudo pegar un ojo; la acosaba el tormento, se sentía acorralada, presa, impotente e indefensa.  Al amanecer, Elena sintió movimientos en el patio y aterrorizada, con cautela, se atrevió a mirar por una rendija del seto: ahí estaba el Ebanista, como perro por su casa, sin camisa, con su jarro rojo de La Famosa cepillándose los dientes.  A Elena se le aflojaron las rodillas y no pudo moverse sino hasta que el Ebanista, quien se quedó hasta estar satisfecho de que lo había visto medio mundo, se había escurrido por la parte trasera del patio.
Por ser viernes, el Ebanista había estado ahí otra vez esa mañana.  Siendo el segundo día del mercado semanal, no iba a dejar pasar la oportunidad de que allí lo viera quien no lo hubiera visto antes, y de que lo volvieran a ver, por si quedara duda alguna, los que ya lo habían visto.  Así, con todo el mundo creyendo que Elena era ya su mujer, ese fin de semana se le presentaría diciéndole que ya para todo el mundo ellos eran marido y mujer…, que sería mejor “disfrutarlo que sufrirlo”.
Viéndolo ahí en su propio patio, Elena supo que algo tendría que hacer y que, aunque doblegara su orgullo, sólo tenía una opción...  Tan pronto como pudo, salió de la casa con su criatura en los brazos, fue a la parada y se montó en el primer carro público que salía del pueblo.  Iría en busca de su familia.
Ya había oscurecido cuando regresó acompañada de su madre, Doña Ñengo —a quien habían apodado Mamá Tingó, como la heroína de Yamasá—, una tía y dos primas.  Las cinco mujeres llegaron y se apertrecharon en casa de Elena, armadas de la sólida disposición de resolver la situación.  No sabían cómo, pero si el Ebanista volvía a presentarse esa madrugada a dar su show, ellas responderían hasta con el palo de la escoba si fuese necesario.
Pero ese sábado en la mañana el Ebanista no se apareció por ahí; y fue mejor así, pues de haberlo hecho, las mujeres le habrían tirado la bacinilla de orines, vociferado los mayores insultos del mundo y le habrían formado a gritos el mayor escándalo de su vida.
A pesar de no haberse presentado esa mañana, no tuvieron que esperar mucho.  Poco antes de las tres de la tarde, el Ebanista, ya acompañado de su camarilla de jugadores de dominó, hizo acto de presencia en el negocio de Caniquín.  Comenzaron a jugar y a beber cervezas como si fuera agua, y el tocadiscos sonaba otra vez esa canción de Alberto Beltrán:
Aunque vayas donde vayas...
No había pasado mucho tiempo cuando ya el Ebanista parecía estar sobre la línea divisoria que separa a los sobrios de los ebrios, pues se puso más necio y bribón que de costumbre.  Bien pudo haber sido puro teatro por haberse enterado de que Elena no estaba sola, pues en realidad no había bebido tanto.  Le ordenó a Caniquín que pusiera ese otro disco, el de Don Pedro Flores, y luego sacó un puñado de dinero del bolsillo de la camisa y se lo dio a uno de los apuntadores regulares, diciéndole: “Llévale a mi mujer —mientras señalaba hacia la casa de Elena con un gesto de labios y cabeza— para que me prepare la cena”.  El Ebanista comenzó a cantar la canción a tope de pulmón, tan alto que su voz se oía por encima de la música y voz del tocadiscos:
Amor es el pan de la vida,
amor es la copa divina,
amor es un algo sin nombre
que obsesiona al hombre
por una mujer.

Yo estoy obsesionado contigo
y el mundo es testigo de mi frenesí.
Y por más que se oponga el destino,
serás para mí, para mí.

Y para este verso subía tanto la voz, que parecía que se iba a desgalillar.
Con cara muy risueña se apareció el apuntador a dar el mandado, y fue Mamá Tingó quien lo recibió en la puerta.  Al escuchar el mandado, Elena le arrebató el dinero y se lo tiró en la cara gritándole:
—Dígale a ese infeliz que tiene que entender que yo no he sido, no soy, ni seré nunca su mujer, que antes muerta.  Dígale también que mi honor sigue intacto, aunque él haya hecho todo lo posible por ensuciarlo.
El apuntador quedó perplejo al escuchar esas palabras dichas en tal tono y, al momento en que se disponía a regresar, Mamá Tingó le dijo que se esperara, que sería mejor que un mensaje así se diera en persona.  Y al disponerse a salir, Rosario, la menor de las primas, se ofreció a dar el mandado.  Mamá Tingó le pidió que le dijera a ese señor, en términos claros, cosa que entendiera, que dejara a Elena en paz.
Cuando el Ebanista vio que el apuntador venía acompañado y con el puñado de dinero en las manos, le subió el volumen a su voz a todo tope:
y por más que se oponga el destino
¡serás para mí, í, í!

Al llegar, el apuntador le devolvió el dinero sin decir palabra fue y se recostó en el mismo horcón desde donde había estado mirando el juego.  A su vez, Rosario se vio frente al Ebanista y rodeada del grupo de hombres.  Todos la “miraban” como miran los perros hambrientos la carne que pica el carnicero en espera de que se le caiga algún trocito.  Rosario comenzó diciendo:
—Usted tiene que entender que Elena no ha sido, no es —e iba subiendo la voz según hablaba—, ni será jamás su mujer. ¿Entiende?  ¡Déjela en paz! —le dijo por último, casi gritando, para que quedara claro.
El Ebanista saltó de la silla, como cuando un resorte se zafa de su presa, y al tiempo que gritaba “¡No hay mujer, que no sea la que me parió, que me dé órdenes a mí!”, le plantó una cachetada que le viró la cara a Rosario, haciéndola tambalear y machucándole el interior de la mejilla izquierda.  Rosario recobró el equilibrio y, todavía aturdida, escupió sangre a los pies del Ebanista.  Conteniendo el lagrimón y las ganas de volarle encima como una fiera, se dio vuelta y caminó altiva de regreso a casa de Elena.  El Ebanista pidió otra cerveza y ordenó que le pusieran su disco favorito: “Cortaron a Elena”.
Al llegar a la casa Rosario no tuvo que contar lo que pasó; desde allí todas lo habían visto.  Mamá Tingó la abrazó y mirando a las demás dijo:
—¡Cuándo será que los hombres van a respetar a las mujeres!
Y, como quien piensa una cosa en voz alta sin darse cuenta de que sus labios pronuncian las palabras que su subconsciente sentencia, se oyó decir de boca de Elena:
—…cuando las mujeres nos demos a respetar.
Mamá Tingó se amarró un paño en la cabeza y, sin decir por ni para qué, salió por la puerta de la calle caminando segura y determinada hacia el negocio de Caniquín.  Las demás, como si marcharan tras un general de brigada, la siguieron.  Mamá Tingó era una mujer bajita pero corpulenta quien, aunque entrada en años, mantenía intactos su agilidad y brío de juventud; siempre fue una mujer de carácter recio e imponente, con una rectitud y un sentido de la justicia conocidos de todos (razones por las cuales Elena, que en mucho se parecía a su madre, no había querido inmiscuirla en sus problemas domésticos).  Bien era sabido que Mamá Tingó no le tenía miedo a nadie, que en más de una ocasión se había enfrentado a palabras y a empujones contra delincuentes emisarios del gobierno y contra miembros del “cuerpo del orden público” en su lucha por los derechos y la dignidad del pueblo; y eso, precisamente, le había ganado el sobrenombre de Mamá Tingó.
Al llegar todas al negocio, se produjo un silencio instantáneo.  Mamá Tingó se paró justo en frente del Ebanista.  Los hombres, comenzando por el frente de juego, luego los contrincantes, después el apuntador y por último los mirones, se apartaron de la mesa como quien dice “este pleito no es mío y yo no quiero velas en este entierro”.  Sin hacerse esperar, Mamá Tingó dijo con voz recia y autoritaria:
—De hoy en más, usted, quiéralo o no, deja en paz a mi hija Elena aunque sea lo último que yo haga en esta tierra, ¿entiende?
El Ebanista, con socarrona expresión en la cara, mientras sacaba un puñal envaquetado que traía enganchado en la cintura y lo ponía sobre la mesa de dominó, le contestó:
—¡No hay mujer, que no sea la que me parió, que me dé…—pero no bien había terminado de decir lo que quería, ni de depositar el puñal sobre la mesa, cuando Mamá Tingó con ágil y determinado movimiento subió la mano derecha hasta la altura de la oreja izquierda y descargó tremenda pescozada de mano virada sobre el lado derecho de la cara del Ebanista, mandándolo derechito al suelo.
Con un movimiento de calmada determinación, que parecía una extensión del pescozón, le echó mano al puñal, dio un paso hacia donde el Ebanista se estremecía en el suelo, desenvainó el puñal e imponente, de pie, frente a él dijo:
—Cuente, cosa que lo oiga bien, del 1 al 5.
Y el Ebanista, ausente la antes socarrona expresión en la cara, pronunció:
—Uno, dos, tres, cuatro, cinco…
—Supongo, entonces, que me ha entendido —dijo Mamá Tingó.


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